Estos días se ha celebrado el carnaval y el de Venecia es uno de los más antiguos y famosos del mundo. Esta fiesta tiene mucho que ver con la representación teatral, no en vano algunos de los disfraces más populares y representativos son personajes de la Comedia del Arte. Muchos pintores han recogido en sus lienzos escenas de esta popular fiesta por su interés en la teatralidad, mientras que otros artistas se han limitado a emplear el arte del disfraz en sus obras.

Veronese se retrató como un noble vestido de cazador en los frescos que realizó en 1560 en Villa Barbaro.

Rembrandt realizó este retrato de su hijo Titus vestido con hábito de monje en 1660. No se sabe muy bien si se trata de un disfraz o del estudio para una escena más completa.
Algunos artistas aparecen representados en sus propias obras como personajes de época o se hacían retratar en cuadros y fotografías como los artistas e intelectuales a los que admiraban, tal y como podemos ver en la obra de David Wilkie Wynfield.
Por otra parte, es habitual encontrar retratos de los s.XVIII y XIX en los que las figuras aparecen ataviadas con ropajes característicos de otras civilizaciones y épocas, sin hacer referencia a personajes concretos. Este recurso se empleaba para relacionar a los retratados con culturas con la que estaban especialmente vinculados y por las que viajeros, intelectuales y escritores alimentaron el interés en Europa.
Izquierda: Edward Wortley Montagu, viajero y especialista en lenguas arábigas, retratado por Matthew William Peters en 1775 Derecha: La toga a la romana con la que es retratado el médico Sir Theodore Turquet de Mayerne nos sugiere una conexión con el conocimiento de la antigüedad clásica. Autor anónimo, s.XVII.
Este tipo de indumentaria puede parecernos un disfraz, pero las culturas clásica y oriental influyeron notablemente en la estética de la época. Un buen ejemplo son los retratos de mujeres vestidas con kimonos y que podrían parecernos disfrazadas de geishas. En la década de 1870 las mujeres pasaron de usar estas prendas tradicionales para estar en casa a lucir vestidos de calle muy a tono con el japonismo característico del s.XIX.

Capricho en púrpura y oro. La pantalla dorada (a.1864). James Abbott McNeill Whistler. Smithsonian Museum
Un caso muy significativo es el de la moda oriental y Paul Poiret. Durante el s.XIX, Oriente atrajo la atención de artistas y literatos que viajaron a diferentes países del Norte de África y reflejaron en sus obras la fascinación por estas culturas y sus gentes. Esta pasión por el orientalismo se reflejó en la indumentaria decimonónica pero fue Paul Poiret quien hizo del panorama de la moda de principios del s.XX su particular harén.
El diseñador francés ya había presentado algunas de sus exóticas creaciones hacia 1907, pero la representación de los Ballets Russes en París en 1909 consolidó e impulsó esta influencia en la moda y en las artes. Al igual que ocurre con la caracterización de algunos retratos, en ocasiones cuesta diferenciar la moda de la caracterización en las creaciones de Poiret. El artista (como se definía a sí mismo) vivía inmerso en su particular teatro de la moda, creando no sólo diseños orientales sino también la decoración adecuada para la presentación de sus colecciones y su particular modo de vida. Su famoso baile de “Las mil y dos noches” que se celebró en 1911 es el mejor ejemplo de ello.
Paul y Denise Poiret organizaron en su residencia del Faubourg Saint-Honoré un baile en honor al egiptólogo Joseph Charles Mardrus y recrearon (junto a Georges Lepape, Raoul Dufy y Jean Cocteau) un palacio asirio de ensueño. Las aves y vegetaciones exóticas hicieron las delicias de los invitados, que acudieron vestidos a la manera persa. Poiret aprovechó la ocasión para presentar algunos de sus diseños orientales, de manera que el espectacular despliegue escenográfico de la fiesta fusionó la mascarada y la acción publicitaria.
Izquierda: Denise y Paul Poiret disfrazados en la fiesta “Las mil y dos noches”. Derecha: Ilustración realizada por Lepape en la que aparece Denise Poiret en la legendaria fiesta.
Aquella magnifica velada oriental es una de las fiestas míticas del s.XX, pero no es la única que ha pasado a la historia. Desde el s.XVIII hasta la segunda Guerra Mundial se celebraron por todo lo alto numerosos bailes temáticos cuya etiqueta exigía un disfraz ad hoc y en los que la relación con el arte y la moda es más que manifiesta.
Uno de los más curiosos es que el que organizó en 1885 Walter Crane, artista inglés adscrito al movimiento Arts and Crafts, como parte de los festejos que celebraban la construcción de los nuevos edificios del Instituto Real de Pintores de Acuarelas de Londres. El mismo Crane, su esposa y su hijo formaron parte junto a otros artistas de un cuadro viviente que reproducía la famosa obra de Leighton “Cimabue celebrando la Madonna”.

Walter Crane y su mujer Mary Frances con los disfraces que utilizaron en la mascarada de 1885. Crane aparece como Cimabue y su mujer como Laura, el objeto del amor de Petrarca (a.1897) Fotografía de Sir Emery Walker

En el centro aparace Cimabue vestido de blanco. A la derecha vemos un autorretrato de Leighton sobre un caballo y caracterizado con los ropajes de la época. “Cimabue celebrando la Madonna” (c.1855), Frederic Leighton.
El arte puede ser la inspiración para un baile de disfraces pero también puede suceder al contrario, como en el caso de la fiesta que organizó Olga Lynn en 1935. La modelo convocó a la alta sociedad londinense para un baile benéfico cuyo tema era el Olimpo y sus diosas. Las damas más distinguidas acudieron al evento vestidas como diosas griegas y romanas y este desfile de belleza a la antigua inspiró a la fotógrafa Madame Yevonde para su serie “Diosas y otras”. Estas fotografías llaman especialmente la atención por la técnica empleada, el uso del color y su similitud con la fotografía de moda de la época.
Hablando de espectáculo, arte, moda y mascaradas es difícil no mencionar a Elsa Schiaparelli. La diseñadora que ”disfrazó” a las mujeres de constelaciones, artistas circenses y obras de arte encontró un motivo de inspiración en el baile “La comedia italiana”, ofrecido por Maurice de Rotschild en el París de 1937. Un año después, presentó su colección “La Commedia dell’Arte” que incluía este abrigo tipo arlequín realizado en patchowrk en el que se inspiró Man Ray para realizar su obra “Le beau temps” (a.1939).
Estas obras de Schiaparelli y Man Ray fueron realizadas antes del estallido de la Guerra Mundial y en ambas se refleja el estado de ánimo de la sociedad ante el inminente conflicto bélico.
La segunda guerra mundial trajo malos tiempos para la diversión y los fastos, pero una vez resuelto el conflicto bélico tuvo lugar el baile que aún hoy se recuerda como uno de los mejores de todos los tiempos. Aquella inolvidable noche tuvo lugar en el verano de 1951 en el Palazzo Labbia de Venecia, propiedad del decorador español Carlos de Beistegui. El impresionante edificio se decoró con todo lujo de detalles, perfectamente documentados, siguiendo el estilo del s.XVIII y tenía como tema principal “La cena de Clepatra”. Lo más granado de la sociedad se vistió para la ocasión representando diferentes personajes de la literatura, pintura e historia de la época. Todos ellos fueron recibidos por Antonio y Cleopatra, representados en los frescos realizados por Tiépolo en el palacio. Christian Dior acudió con un traje diseñado por Dalí y a su vez fue el artífice de alguno de los disfraces de la fiesta, como el que realizó para Alix de Rothschild. El corpiño y la falda con crinolina hacían parecer a la baronesa una pastora de los bucólicos cuadros de Watteau.
Izquierda: Lady Diana Cooper en el centro de un grupo de invitados Derecha: Jacques Fath junto a su mujer Geneviève.
Otro nombre de la edad de oro de la Alta Costura, Jacques Fath, acudió a la fiesta de Beistegui vestido como el Rey Sol y ese mismo año fue el anfitrión de dos memorables bailes de máscaras en su castillo de Corbeville: “Hollywood 1925” y “Blanco y rojo”. Este último se ambientó en la corte francesa del s.XVIII y Fath recibió a sus invitados entre rosas rojas y reproducciones vivientes de cuadros de Watteau y Fragonard.
Izquierda: Jacques Fath y su mujer Geneviève, vestida como María Antonieta, recibiendo a sus invitados. Derecha: Tony Pawson y David Bloomingdale.
A pesar de que tras la segunda guerra mundial estos fastuosos eventos fueron cada vez menos habituales, la segunda mitad del s.XX ha sido testigo de fabulosas mascaradas. Un buen ejemplo es el baile “Cabezas surrealistas” ofrecido por los Rotschild en 1972, en el que el arte y la moda fueron protagonistas indiscutibles.
Izquierda: Jacqueline Delubac con un disfraz inspirado en la obra “El hijo del hombre” de Magritte Derecha: El barón Alexis de Redé con un sombrero diseñado por Dalí, que también acudió a la fiesta.
El anverso de la invitación que enviaron los barones de Rotschild estaba escrita al revés sobre un cielo de Magritte.
En las últimas décadas algunos diseñadores han hecho de la vertiente más extravagante de la moda su seña de identidad, deleitándonos con artificios que en ocasiones se acercan al disfraz. Las imaginativas puestas en escena y la espectacularidad de algunas creaciones nos hacen sentir como un invitado más de aquellos lujosos bailes que nos siguen haciendo soñar.